Después de quince días por tierras húngaras nos tocaba regresar a Madrid. La primera escala la hicimos en el mismo hotel de Brescia donde nos alojamos en el viaje de ida, no sin antes ir a ver uno de los más famosos lagos de europa y el más grande de Italia como es el de Di Garda, con una longitud de 51 kms, una anchura de 17 kms y una superficie de 368 km².
La distancia a recorrer ese día era de unos 700 Kms que contando con la parada para comer y la prevista retención en la zona de Venecia, nos llevaria algo más de diez horas, llegando a las orillas del lago cerca de las cinco de la tarde.
Tras una breve parada en Desenzano para probar la temperatura del agua con los pies, continuamos nuestro camino hasta la cercana ciudad de Sirmeone situada en una pequeñísima península que se adentra en el lago.
Dicen que la suerte protege la inocencia, en este caso este dicho viene a cuento. Según pudimos leer meses después el aventurarse a ir en coche hasta esta localidad en los meses verniegos y sobre todo en fines de semana está totalmente desaconsejado. Para llegar hasta la entrada del casco viejo se tiene que circular por una estrecha carretera de doble sentido en la que los atascos estan a la orden del día. Teniendo en cuanta que el istmo tiene una anchura de unos cien metros, los escasos aparcamiento de pago existentes son pequeños y casi siempre estan ocupados ya que hay que tener en cuenta que al casco antiguo solo pueden acceder los residentes y los clientes de los hoteles con parkings. Como he dicho antes nosotros tuvimos la suerte de cara, apenas tardamos quince minutos en el istmo y en aparcar mas o menos igual.
Aparte de la belleza po su situación, el lugar es igualmente famoso por sus aguas termales.
El acceso al recinto de intramuros se hace mediante un puente con foso de la llamada Rocca Scaligera, fortaleza torreada de doble muralla construida en el siglo XIII por Mastino I Della Scala. Hasta el siglo XX en el que se reconstruyó, presentaba signos de abandono completo. Paseando ya por el interior del recinto, te das cuenta del nivel de vida un tanto elevado del lugar, con precios que rayan en el insulto, cosa que no impide decir que sea bastante agradable a la vista.
Terminado un paseo por sus escasas calles nos decidimos a encontrar un restaurante para cenar. Aunque existen cantidad de ellos, todos estaban abarrotados y con lista de espera a pesar de los precios que tenían por lo que después de recorrer varios, nos decidimos por uno que aunque tuvimos que esperar cerca de media hora, mereció la pena.
Acabamos de cenar justo cuando el sol se iba poniendo en el horizonte y de camino al aparcamiento, no me quedó más remedio que estar alrededor de media hora tomando las oportunas fotografías a pesar de la impaciencia de Amparo y Rodrigo. Me fue imposible escapar de una de mis debilidades como son las puestas del sol.
Acabada la sesión fotográfica, vuelta al coche para dirigirnos al hotel en Brescia apenas a 37 kms.